Una fuerza casi imperceptible.
Existe una fuerza poderosa y prácticamente desconocida por muchas personas a pesar de ser esta fuerza la que nos mueve en automático prácticamente todo el día, todos los días.
Causalmente por estos días empecé un reto de lectura con algunos líderes del equipo que decidieron seguirme en la locura y comenzamos con un libro llamado El Efecto Compuesto, digo “causalmente” porque ya hace días quería escribir acerca de esto pero no sentía tan latente el deseo, hasta que ayer leí el capítulo de Los Hábitos en el libro que les menciono.
Pues bien, así es. Les comparto esta reflexión invitándolos a que lean este manual del buen vivir y de la transformación, El Efecto Compuesto.
Esa fuerza de la que hablo nos lleva lentamente al fracaso, al éxito o nos mantiene sumidos en una vida insípida y anodina. Somos sus esclavos y vivimos bajo las reglas que nosotros mismos hemos diseñado y autoimpuesto. A veces felices y realizados, otras solo vivimos y en muchos casos en situaciones nada deseables sin entender que somos resultado de nuestras propias decisiones. Somos esclavos de nuestras propias reglas.
Esta fuerza opéra como las hormigas, una sola parece insignificante pero sabemos que muchas de ellas desarrollando una acción simple por mucho tiempo pueden lograr cosas impensadas.
Es casi imperceptible justamente por que se subdivide en pequeñas fuerzas operando constantemente, segundo a segundo, día a día, sumando o restando pero siempre trabajando.
Lo más importante es saber que podemos analizar el programa, eliminar lo que no nos aporta e insertar un nuevo programa que nos lleve a donde queremos estar. Ya lo sabemos, ya somos conscientes de esto y es nuestro deber tomar acción, aunque si no lo hacemos también será provocado por dicha fuerza.
Quiero compartir con ustedes este cuento:
Erase una vez un hombre muy rico que vivía solo en una mansión con un mayordomo a quien había entrenado cuidadosamente para que realizara ciertas tareas de forma puntual y precisa.
Lo había entrenado para que obedeciera las reglas sin hacer preguntas. No importaba si sus acciones eran constructivas o destructivas, no importaba si su patrón estaba de buen humor o de mal humor, no importaba si era de día o de noche, si llovía o era un dia soleado. Este mayordomo había sido entrenado para cumplir con sus tareas específicas por encima de todo, incluso muchas veces por encima de las órdenes contrarias de su jefe porque esa había sido parte de la instrucción. “Si algún día te doy una orden que contradiga alguna de las instrucciones que están en el manual, no me hagas caso”
Un día el patrón enfermó y fue al doctor. El doctor le ordenó que dejara de tomar whisky y café. Le dijo que si se tomaba un solo café más o un solo whisky mas podría morir. Así de grave era su estado. NI UN SOLO CAFÉ MÁS Y NI UN SOLO WHISKY MÁS. El problema era que su mayordomo sabía que siempre que llegaba su patrón a la casa debía cumplir con la instrucción de llevarle un café, un whisky y las pantuflas a la sala, al sillón donde siempre se sentaba.
Al llegar esa tarde a su casa, como de costumbre fue a sentarse en su sillón y de inmediato llamó al mayordomo y le dijo que jamás le volviera a llevar café y whisky, solo las pantuflas. El mayordomo extrañando solamente asintió y se retiró. Pocos minutos después entró a la sala con las pantuflas, un café y un whisky argumentando que era un regla y que su deber era cumplirla aunque su jefe le estuviera diciendo lo contrario.
A la mañana siguiente cuando el hombre bajó a la sala, aún estaba ahí el café y el whisky lo cual le hizo recordarle al mayordomo su nueva orden.
En la tarde cuando el hombre regresó a su casa el mayordomo lo recibió con sus pantuflas, su café y su vaso de whisky como era la costumbre. De nuevo el patrón le recordó la nueva regla.
A partir de aquí debemos pensar en dos finales para esta historia, el final en el cual el patrón gracias a la insistencia del mayordomo se toma su café y su whisky como lo había hecho durante muchos años porque además era uno de sus placeres más grandes y amanece muerto al siguiente día o, el final en que este hombre logra al fin convencer al mayordomo de que la nueva regla no es una regla temporal y lo obliga a seguirla para siempre.
El mayordomo es nuestro subconsciente trabajando 24/7, 365 días al año obedeciendo reglas que nosotros le hemos enseñado. No puede preguntar ni opinar, solo puede hacer lo que le hemos impuesto. No importa si es una orden que nos llevará al éxito o al fracaso, nuestro subconsciente solamente la ejecuta puntualmente aunque a veces queramos darle una orden contraria. Vamos a necesitar al menos 21 días para que nuestro mayordomo ceda y empiece a ejecutar una orden, hábito o costumbre diferente. Si antes de esos 21 días cedemos nosotros, nuestro subconsciente lo procesa como algo temporal y sigue ejecutando la orden anterior. Sigue ejecutando la orden vigente.
“Un hábito es como una trenza a la que cada día le tejes un nudo, no importa si es bueno o malo, se hará más fuerte cada día”
Un hábito es una fuerza muy poderosa y casi imperceptible.
Con amor. Alex.
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